DOS OCASOS AL OLVIDO


DOS OCASOS AL OLVIDO

Eran las 8:00 p.m. en las frías calles de Lima, distrito de Los Olivos y en el paradero Metro, ubicado entre el cruce de las tan concurridas avenidas Carlos Izaguirre y Panamericana Norte, me encontraba esperando un bus que me llevara a casa. Entre el bullicio de las bocinas, los cobradores, jaladores y vendedores ambulantes que, aunque el friaje del clima de otoño dejara tiritándose a más de uno, ellos mantenían la misma picardía con la que se presentaban ante pasajeros y transeúntes.

 Ya llevaba de pie cerca de 10 minutos, esperando con anhelo que, aunque sea se aparezca alguna coaster que por lo menos cuente con menos pasajeros que las demás unidades que circulaban entre el escarmiento del pasar de pasar sin cesar los minutos y segundos, pues soy muy riguroso a la hora de abordar un vehículo y de cuidar mi espacio personal dentro de ese mismo. Fue cuando finalmente y después de susodicha espera, arribó al paradero una coaster de la línea ‘9v’ que cubría la ruta ‘Callao-Lima’. Entre el abarrotamiento de personas en el paradero, fui uno de los primeros en subir a la unidad, todo esto mientras el cobrador vociferaba a viento abierto los lugares por donde se iba a dirigir el vehículo. Justo en ese paradero, diariamente hay embotellamientos de autos y buses de transporte en horas punta, pero la situación no es excepcional en cualquier momento del día. Gracias a eso, se designa a una persona efectiva de la Policía de Tránsito para que controle el tráfico de tan céntrico cruce en el cono norte. La unidad de transporte público avanzó hasta la esquina del cruce, y la policía indicó que el pase era obligatorio moviendo sus manos de atrás hacia adelante, exhortando a los conductores a seguir el pase y evitar congestión vehicular.

Foto: Google


En ese preciso instante, y para colmo de todos los males, pasó aquel suceso que le daría un sabor amargo a ese mismo día, pues arrastré la rabia que llevaba conmigo hasta mi morada y conté todo lo sucedido con indignación y repudio. Vamos al caso: En la puerta de subida del vehículo se encontraba una mujer de cabellos grises, contextura gruesa y pasos lentos, se trataba claramente de una persona de la tercera edad. La señora trataba de subir al microbús con mucha dificultad, ¡y sin ayuda ni del cobrador! Acto seguido, el chofer intentó arrancar el vehículo, pero todos los presentes alzaron la voz al unísono para evitar que complete ese accionar que hasta le habría ocasionado una expresión de molestia al más indiferente. Pese a todo lo que estaba aconteciendo en la unidad, el cobrador no mostraba empatía en colaborar con la anciana y hasta intentaba cerrarle la puerta en la cara para dejarla abandonada a su suerte. No fue una única vez en que el conductor seguía insistiendo con pisar el acelerador y continuar el camino, sino hubo dos ocasiones más, las cuales desataron más enojo por parte de los pasajeros a bordo. Varios le soltaron calificativos despectivos y preguntas increpando su actitud, ¿cómo un hombre que es producto de una madre podría cometer semejante atrocidad? 

El conductor finalmente fastidiado por la presión colectiva en la coaster, cedió y dejó subir a aquella anciana que tuvo que lanzar un grito en petición de ayuda para que el cobrador y uno que otro presente en la puerta de subida, le ayudaran a abordar la unidad. Fue un gesto solidario en conjunto y pude haber sido testigo de que éramos capaces de lograr todos juntos y por un bien justo. Y en el colmo de su insolencia, el chofer le vociferó molesto al cobrador “a la próxima que veas una viejita que no puede subir al carro, ciérrale la puerta y vámonos, ¿cómo puedo recibir una papeleta por una culpa de una anciana? ¿será mi abuelita o que ch…?”. Ustedes ya deben deducir la palabra con ‘c’ que omití.

Aun así, este acontecimiento me deja una muy importante lección. Los ancianos en el Perú son personas asociadas con la desventaja, el estorbo y la carga que se pueda llevar en su cuidado, personas que se encuentran en el ocaso de su vida, pero que a la vez buscan cubrir esa sensación de inutilidad haciendo su vida como más les place, pues están en su derecho. ¡Y situaciones así no son excepcionales, pues son el pan de cada día! Lo más increíble de todo esto es que el transporte público en el Perú parece no dejar nunca la informalidad y que es el colmo que hagan un paro siendo conscientes del trato abusivo que dan a los usuarios, donde trabajar para esa área es lo mismo que laborar en tierra de nadie.

Comentarios

Anónimo dijo…
Muy buena lección
Renzo dijo…
Es una muy buena reflexión, si los pasajeros no le decían nada al chófer, este no frenaba, ahí el chófer quedó mal y eso deja mucho que pensar.
Anónimo dijo…
Interesante experiencia que sucede día a día.